Cinco años después de que una banda organizada robase una de las dos campanas de la iglesia, el artesano de Gajano Abel Portilla ha construido e instalado una nueva por encargo del pueblo.

FELISA PALACIO

El pasado mes de agosto, la camioneta de Abel Portilla llegaba a Virtus. En la plaza se cruzó con la furgoneta de Luis, que los sábados recorre el pueblo cargada de pescado fresco. Antes, ya habían salido los tractores hacia las fincas para airear, empacar y recoger la hierba seca. Agosto es un mes de mucha actividad en el campo y ese sábado había vuelto a amanecer soleado, por lo que era importante aprovechar las primeras horas del día, cuando el sol todavía no abrasa y el trabajo no resulta tan sofocante.
Ese era el segundo día que Abel Portilla iba hasta Virtus. Bueno, más concretamente, hasta la iglesia del pueblo, de cuyo campanario, hace cinco años había desaparecido una de sus protagonistas. Luego se supo que una banda organizada era la que había saqueado unos cuantos campanarios de la zona pero, para cuando se descubrió, ya habían sido fundidas y nada se pudo recuperar.
Tras pasar unos años viendo tuerta la espadaña de su bonita iglesia, la Junta Vecinal había contactado con Abel, al que habían encargado una nueva campana. Cuando aquel sábado aparcó junto a la iglesia, un pequeño grupo aguardaba su llegada. Había resultado imposible conseguir una grúa adecuada, así que la tarea de devolver su esplendor al campanario iba a ser más duro de lo previsto.
En el remolque, la campana. Algo más pequeña que su predecesora (cuestión de presupuesto), pero majestuosa: una inscripción dejará constancia de que se colocó en 2022 siendo presidenta de la Junta Vecinal Maria del Carmen Díaz Cuesta. Abel había colocado además la imagen de una virgen románica y una bonita cruz.

TRABAJO ARTESANAL
Abel es un maestro campanero que heredó el oficio de su abuelo. Explica que él ha aprendido, sobre todo, a base de hacer las cosas mal y, después, viajando por el mundo y escuchando a los grandes artesanos del sector, que cada vez son menos. Cuenta que, como pasa con todo, cada vez se fabrican más campanas de forma industrial, pero, añade, “los que entienden, saben que no son iguales. Es como prostituir un oficio. Yo hago los moldes de barro y utilizo unas plantillas que, casualmente, pertenecían al mismo campanero que fabricó el “esquilín” que luce en lo alto de la espadaña de esta iglesia, que está fechado en 1743. Los negocios de las campanas se transmiten de familia a familia”.
Abel lleva toda su vida haciendo campanas. Ha perdido la cuenta de las que han salido de su taller de Gajano. Cuando los reyes de España se casaron, Revilla encargó a este artesano una campana de 800 kilos a modo de regalo de boda de todos los cántabros.
Ese sábado, trabajaba sin descanso para preparar la colocación de la flamante campana. Había utilizado el yugo de hierro de la anterior, aunque tuvo que adaptarlo al nuevo tamaño. Reconoce que sería mejor un yugo de madera, como el del ‘esquilín’, pero el pueblo decidió aprovechar el que existe. “Ya habrá tiempo de cambiarlo cuando sea”, dice Abel que saca la escalera y trepa hasta la parte alta del campanario para pasar por los huecos existentes unas cinchas con las que izará la campana hasta lo alto. “Aquí hoy vamos a hacer todo como se hacía antiguamente, utilizando cuerdas, un polipasto y, algo que es muy importante, la colaboración de los vecinos a la hora de echar una mano y colocar la campana en su sitio”. Aníbal, Luis, Manolo, Asier, Ángel y el pequeño Gonzalo, un niño que a lo largo de la mañana subirá y bajará del campanario tantas veces como le pidan algo, son algunos de los vecinos que están allí dispuestos a ayudar en lo que haga falta.

SUBIENDO LA CAMPANA
Son más de las once cuando la campana comienza a ascender lentamente por la espadaña.
Una vez arriba, cuando parece que lo más difícil está hecho, comienza la segunda parte que, como comprobarán los asistentes al izado, requiere de conocimientos, pericia, fuerza y precisión. La maniobra lleva una hora larga. Abel le pide a Gonzalo que baje al camión y suba el badajo. Abel explica que la bola de metal se ha colocado sobre un mástil de madera, que es la mejor opción y que se sujeta a la parte alta interior de la campana con una correa de cuero. «Así es como se tiene que hacer para que la campana no sufra, para que la madera absorba la vibración y para que el badajo golpee exactamente en la zona diseñada para ello».
La nueva campana que luce en la iglesia de Virtus lleva la firma de Abel Portilla y el número 21, que son las campanas que este artesano había fabricado en lo que va de año. Acababa de llegar de Holanda, donde instaló en una abadía una de 5.000 kilos. Para ese país ha hecho muchos de sus trabajos, «allí se hace mucho industrial, pero han preferido que las haga yo de forma artesanal porque son muy ricas en armónicos».

VOLTEANDO
Una vez colocado el badajo, se voltean las campanas. La antigua con un sonido más grave, más «de tocar a muerto», y la nueva, una tercera más aguda, «más de fiesta y celebración». «Al voltearlas, tiene que ser como si una hablara y la otra respondiera. El diámetro es el que define la nota de la campana. Luego también es muy importante la aleación que en esta nueva es de 78% cobre puro y 22% estaño», explica Abel. En Virtus, una campana toca un si bemol y la otra un mi bemol. «La afinación es más importante sobre todo cuando hago carillones o campanas para orquestas. En el caso de los pueblos la gente valora el sentimiento que les une a ese son. Por ejemplo, si tocaron a muerto cuando falleció su padre, siempre van a asociar ese sonido con ese momento, o si en fiesta tocan la otra campana, siempre ese son va ligado a alguna celebración.