Indalecio de Diego Rad vive en la idílica Residencia Virgen del Carmen de Trespaderne y allí tiene un pequeño taller donde continúa trabajando pequeños trozos de madera con los que hace multitud de objetos recordando su antiguo oficio de ebanista.
Indalecio nació en 1933 en el último pueblo del Valle de Manzanedo, Crespos, allí desde joven trabajó con su padre en las labores del campo aunque se le daba bien el oficio de cantero, del que su padre era un virtuoso, nos comenta. Sin embargo eran tiempos de posguerra y después de hacer la mili en Melilla, decidió probar fortuna y buscar trabajo en Bilbao donde aprendió a trabajar la madera.
Su primer trabajo fue en una empresa de carpintería de dos hermanos que “eran unos artistas”. Allí estuvo varios años, pero era alérgico al polvo de la madera de Guinea y el médico le aconsejó que cambiase de trabajo.
Así que dejó la carpintería, pero continuó en el gremio de la carpintería y comenzó a trabajar de ebanista en una tienda de muebles, “Muebles Sarmiento”, donde fabricaban muebles y reformaban la carpintería de las viviendas, “me daban los planos de los pisos que tenía que montar y ya no dormía”, la responsabilidad era grande pero estuvo muchos años, “no habrá portal de Bilbao en el que no he estado, tenían los jefes una clientela grande”, asegura.
En su etapa en Bilbao se casó con Eva, su mujer durante más de 60 años, llegaron a hacer las bodas de platino. Su mujer fue el motivo de que ahora viva en la residencia Virgen de Carmen, donde convivieron durante mucho tiempo hasta su fallecimiento hace 3 años. Del matrimonio nació su hija que le visita en Trespaderne todas las semanas.
Nunca ha dejado la madera y ahora con más de 90 años continúa trabajándola como afición y entretenimiento en su pequeño taller dentro de la Residencia. Vemos dos mecedoras, además de varias sillas, incluso plegables para la playa y banquetas, pero hace de todo tipo de objetos, como tablas para las chuletas y queso, también fuelles de diferentes tamaños, pinzas para la barbacoa, un cuchillo para la mantequilla o una casa para pájaros, sin embargo lo que más vemos son cucharas de boj de distintas formas y tamaños. “A mí todo esto me sale de la cabeza por la noche dándole vueltas”. Y es que lo bien aprendido no se olvida nunca.