Situada en lo alto de una roca que más parece simular la proa de un barco que ser la base donde se asienta la misma, parece como si fuera el guía y observatorio de todo el Valle de Losa y en particular para los peregrinos que en la Edad Media iban a Santiago de Compostela y que era parada obligatoria visitarla. La sensación que se produce en el viajero que llega a San Pantaleón y comienza a subir la empinada pendiente que nos conduce a la ermita de aquella “torre de mando” de aquel que parece un navío, es como si encuentra uno de esos lugares mágicos en el que confluyen fuerzas llenas de misterio. En la subida observamos restos de asentamientos antiquísimos donde el hombre sobrevivió. Y al borde de la proa se pronuncian las ruinas y cimientos de un antiguo castillo que dominaba aquellas rutas que se comunicaban con el antiquísimo Valle de Losa.
La ermita, es una construcción de finales del siglo XII, una auténtica joya del románico; su estructura, una airosa espadaña montada sobre un arco triunfal con campanillo. Es de un estilo románico de gigantescas dimensiones, con una fachada elevada y mascarones en capiteles. Su interior consta de planos, respondiendo al nivel del terreno. El primero corresponde al cuadrado que se dibuja debajo de la cúpula; el segundo es un tramo recto separado del anterior con una pendiente que salvan varios escalones. La planta está rematada por un ábside de dimensiones adecuadas. Otras de las peculiaridades de la ermita, es que posee una nave natural adjunta de estilo gótico que seguramente fue construida como ampliación por la afluencia masiva de peregrinos. Una leyenda dice que en su interior pudiera hallarse la tumba del Santo.
Los materiales reutilizados con los que se construye el templo parece ser que pertenecieron a una antigua construcción del anterior, con la misma advocación a tenor del conjunto de capiteles, en los que se puede reconocer la iconografía de los milagros y martirios de San Pantaleón.
Son diferentes pasajes del Santo. “Se dice que fue médico del Emperador Valerio Maximiano como el que demuestra que, con motivo de su conversión al cristianismo, se encontró con un joven que yacía muerto por la picadura de una serpiente y que pronunciado el nombre de Cristo, resucitó mientras el reptil caía muerto a sus pies. Esta imagen es repetida en tres capiteles, donde se puede observar como una “serpiente atrapa a un individuo tumbado”. Las actas del martirio que padeció “El Santo”, datan del año 305 D.C. y narran la crueldad en la variedad del tormento y duración, que da pie a la veneración extraordinaria de sus reliquias por parte de los creyentes.
Cuenta la leyenda como San Pantaleón fue sometido a seis torturas, La primera: al tormento del potro para obligarle abjurar a sus creencias, “pero las manos de los verdugos se paralizaban y ninguno podía dar vuelta al cabrestante”. Segunda: los verdugos le arrojaron a una caldera de plomo fundido “pero el plomo se enfriaba para recibir al Santo”. Tercera: volvieron a insistir los verdugos y casi desesperados le ataron una gran piedra a los pies y le arrojaron al mar “y San Pantaleón salió andando por las aguas”. Cuarta: probaron arrojándole a las fieras hambrientas “las cuales se limitaron a lamerle las manos”. Quinta: ante tanto prodigio y ya temerosos del poder de San Pantaleón, sus verdugos llamaron a tres de sus mejores amigos Hermolao, Hermócrates, y Hermípo para proponerle una breve y no demasiada clara que podría librarse de la muerte, pero los tres salieron más fortalecidos de su fe, tras la conversación mantenida con el Santo, ” por, lo que los verdugos insistieron en el tormento y lograron cortarle la cabeza al tercer intento, ya que los dos primeros las espadas quedaron convertidas en simples hojas de papel”. “Al rodar la cabeza de San Pantaleón el chorro de sangre que surgió del corte, salpicó en un olivo cercano el cual inmediatamente floreció y dio fruto”.
Hay muchos historiadores que creen que esa sangre es la que se licua y se repite el puntual fenómeno de una pequeña ampolla de cristal que contiene el relicario del que hablamos y que tan parecido resulta con el de San Jenaro, un santo del siglo IV venerado en Nápóles de cuya ciudad es patrón y cuya sangre también se licua cada 19 de Septiembre.
Hay otra leyenda que dice como al paso de la corte real que Felipe II de Valladolid a Madrid el 4 de Marzo del año 1606 a iniciativa de la Reina Margarita de Austria esposa de Felipe III se colocaba la primera piedra del Convento de La Encarnación y en 1616 se inaugura dicho convento. En este monasterio desde hace siglos se venera la reliquia de la “Sangre de San Pantaleón”. Desde una pirámide de cristal antiguo hay una ampolla pequeña y ovalada y en cuyo interior se puede ver una sustancia sólida de color oscuro rojizo, tirando a negro que de ordinario permanece inmóvil. Pero desde la tarde del 27 de cada mes de Julio comienza a licuarse y transformarse un líquido de la consistencia y color de sangre. Sucedió esto y tuvo enorme resonancia durante el tiempo que duró “La Gran Guerra 1914-18”, y fue por eso muy visitado el templo de La Encarnación.
Entre los años 1724 y 1730 y a petición de la Priora sor Agustina de Santa Teresa se abrió una información sobre esta licuación de la sangre del glorioso mártir San Pantaleón. Ante el Juez fueron desfilando el comisionado y eminentes personas tanto religiosas como doctores en teología, cánones y medicina, quienes fueron haciendo su declaraciones, y el texto final que consta en el informe sobre el prodigio de la sangre de San Pantaleón dice así: “Dicha reliquia es la misma que muchas veces han admirado y visto líquida y suelta el día del glorioso mártir el 27 de Julio y pasada su festividad también la han visto, dura y condensada como lo está al presente y unánimes y conformes confesaron todos que era claro prodigio y maravilla del Altísimo la licuación y condensación de la sangre de dicho mártir, que ha admirado y visto en dicha ampollita de cristal como también su conservación sin disminución alguna después de tantos años que se conserva y venera en el relicario en las religiosas de dicho convento y que no hay principio ni causa que pueda atribuirse y que Su Señoría Sr. Juez también declara y confiesa haberla visto “líquida y fluida” el día de San Pantaleón, el 27 de Abril y después de su festividad “condensada y dura”, todo repetidas veces en el tiempo de diez años y que obtiene y goza el empleo de tal Capellán Real de dicho convento. Y conformándose con el parecer de los expresados teólogos, canonistas, médicos, lo tiene y venera por prodigio y maravilla alabando a Nuestro Señor por las que obra en sus Santos.