La extraordinaria belleza de las cascadas de Las Merindades es de sobra conocida, pero la cascada de Las Pisas es una de las más impresionantes de todas, un salto de agua en el río La Gándara cuyo cauce pasa cercano a Soncillo y desemboca en el río Nela, en Quintanabaldo.
La localidad más cercana a la cascada de Las Pisas es Villabáscones de Bezana y, más concretamente, su Barrio de Abajo. Para llegar a este pequeño pueblo, hay que partir del centro de Soncillo por su parte nordeste, a través de la carretera BU-V-5614 (Soncillo-Villabáscones) y, tras pasar por el reducido caserío de San Cibríán, a unos cuatro kilómetros desde Soncillo encontraremos, a la izquierda, el ramal que nos permite llegar a Villabáscones de Bezana y encaminarnos a su barrio de abajo o de la iglesia.
El entorno donde se ubica impacta a los visitantes, un tupido bosque de hermosas y desarrolladas hayas, muchas de ellas más que centenarias, entre las que crecen robustos robles de parecida edad, algunos avellanos y brillantes acebos, hicieron que la caminata aguas arriba hasta las cascadas se volviese en una marcha encantada.
El camino que nos llevará a Las Pisas baja cercano a la iglesia románica de santa Águeda, junto a una fuente de agua apetecible. El rumor de agua corriente es notable. Pronto el camino se adentra en un frondoso hayedo-robledal tapizado de hojas sueltas y húmedas. La pendiente, que nos avisa del esfuerzo de la vuelta, es notable a tramos. Al final del sendero nos toparemos con la corriente que buscamos. El que nos lleva a las cascadas arranca a la izquierda y sigue el río aguas arriba del mismo.
La humedad y la penumbra están cada vez más presentes. Un halo de misterio nos acompaña cuando caminamos entre árboles y maleza, rocas pulidas y numerosos pequeños manantiales que alimentan el curso principal del río La Gándara. Pronto se llega a un paraje cerrado, una especie de circo rocoso vestido con rica vegetación y adornado por enredaderas que lo decoran a modo de guirnaldas. El circo se cierra por una pared escarpada, oscura, de cuyo centro surge una cola de caballo retadora, ruidosa, que golpea con fuerza el pozo al que cae y del que resurge el río, el cual se desliza a través de una interminable serie de terrazas y pozos de agua cristalina que los va comunicando por los sobraderos.
El espectáculo es impresionante. Dicen que por estos tramos del río abundan las nutrias y los desmanes, aunque el que escribe no ha llegado a ver nunca ninguno. Lo que sí ha visto en varias ocasiones son los mágicos mirlos acuáticos.
De seguro que el visitante que tenga la suerte de contemplar la cascada y los rápidos que se forman en este rincón del Valle de Valdebezana cuando hay aguas caudalosas, sobre todo en época de deshielo, quedará prendido en su magia y no podrá olvidar nunca la experiencia.
Entre ida y vuelta son 5 km, se puede tardar un poco más de una hora y una buena época es el final del otoño.