En 1928 Emilia decide comprar un magnifico caserón que la familia Merino tiene en el centro de Villarcayo. En su fachada aparecerá por primera vez en relieve y de grandes dimensiones un nombre, “Hotel La Rubia”.

Felipe Peña Pereda

Es una joven rubia y de ojos claros, no muy alta, inquieta y vivaracha y que llama fácilmente la atención. Emilia se ha criado en El Vivero, la venta que regenta su madre Isabel Díez, entre Villarías y la Ermita de Villazorana, en la carretera recién construida a Medina de Pomar. En ese lugar están también las instalaciones de mantenimiento de las carreteras del Estado y el jefe de estos servicios es su padre Timoteo Báscones. Emilia vive allí hasta que se casa en los años finales del siglo XIX.
Su marido, Roque Peña, muere de un tumor cerebral en 1912, era en ese momento el auxiliar de la botica de los Peña. A Doña Emilia “La Rubia” le quedan cinco hijos y luego llegara un sexto en 1919 con su segundo marido. Con su hija mayor Carmen pone un taller de costura en la Plaza Mayor en el que se iniciarán varias jóvenes de Villarcayo. Luego en 1918 ayudada por su segunda hija Margarita abre una casa de comidas no lejos de la parada de los coches de línea a Burgos y Miranda.
Todo comienza de nuevo en la vida de Doña Emilia en 1912, su marido fallece tras el tratamiento en el hospital Valdecilla en Santander. Una posición económica desahogada se quiebra, sus dos hijas mayores asisten a clase en el colegio que las Hijas de la Cruz tienen en el hospital de la Fundación Manuel Laredo y trabajan en los ratos que les quedan. Los hijos, Victor y Roque se interesan por la mecánica y entran de aprendices en los talleres de Renfe en Burgos y en la Fábrica de Luz de Arquiaga. Felipe el mayor de los varones, con 12 años, está en Barcelona trabajando de recadero y “aprendiz de todo” en el negocio de prospección de esquistos de un pariente inglés y más tarde, en 1917 entra en el seminario de La Salle en Bujedo.
La llaman La Rubia en Villarcayo porque es la más rubia de una familia en la que casi todos son rubios. No dudan en emplear el sobrenombre en el negocio de cocina en el que se están iniciando. “La Rubia” será una marca que lleve con orgullo toda la descendencia de los Peña Báscones hasta que se acabe el siglo veinte. No será solo un restaurante con identidad propia y un hotel acogedor, sino que se convertirá también en uno de los primeros servicios de coches de alquiler y de camiones de reparto de paquetería en la comarca.
El gran momento de La Rubia llega en 1928 cuando decide comprar un caserón que la familia Merino tiene en el centro del pueblo. En su fachada aparecerá por primera vez en relieve y de grandes dimensiones un nombre: “Hotel La Rubia”. Está justo detrás de la Fonda La Castora un edificio de galerías acristaladas que da a la Plaza Mayor; en 1918 ha fallecido Doña Castora Sainz y el hotel que ella regenta se cierra. Además en ese momento ya ha nacido otra hija de su segundo marido: Emilita. El porvenir de aquella extensa prole exigía más inversión. Para este importante salto en el negocio La Rubia cuenta con el apoyo de sus hijas e hijos y el mayor, Felipe, no duda en abandonar los hábitos de fraile de La Salle ya profesor en Valladolid, el nuevo Hotel La Rubia será su residencia al volver a casa. El comedor privado de la familia, el “comedorcito” se convertirá en un auténtico refectorio y centro de confidencias y de conspiraciones de los Peña Báscones y su entorno.
Esta compra va a suponer un gran cambio en sus vidas. Deciden centrarse en la cocina afición que viene de su madre Isabel Díez y de los Fogones de El Vivero. Son recetas caseras a las que incorporan continuamente nuevos platos resultado de la atenta mirada que dirige al mercado y a la competencia, La Nicolasa de San Sebastián –donde ha estado como cocinera en prácticas su hija Margarita-, el Valles en la carretera de Madrid a Irún, Ojeda en Burgos, La Posada del Peine en Madrid, etc. son sus referencias y los temas de conversación que se repiten en las sobremesas del “comedorcito”. Pero la afición de los dos hijos menores a la mecánica y sus buenas mañas con los automóviles –artilugios que se están desarrollando vertiginosamente en los años veinte- hará que el garaje La Rubia en la calle San Roque, con taxis y camiones, se convierta en un nuevo foco de actividad que complementa y potencia al de hostelería durante los años siguientes.
En ese Villarcayo pasan los tres años de guerra civil, rodeados de refugiados vascos, militares italianos y prófugos y espías de los dos bandos. Hasta el verano del 1937 el frente de la Sia es relativamente tranquilo. Después, ese frente, cae por su retaguardia. La Republica había desaparecido de la zona. En la vida civil las partidas de falangistas sin control mantienen el terror entre la población. Intentaron no hablar nunca de los horrores de aquel franquismo naciente y de las brumas negras que llegan de la guerra cercana y de la ideología antidemocrática que se propaga. Mucha gente inocente murió por la mano de aquellos que creían que eran los suyos, un silencio cenagoso que duró toda su vida.
El negocio aún se ha de ampliar con la compra del Hotel Castilla. En Abril de 1939 dos hijos de Doña Emilia, Felipe y Margarita, se casan con Águeda Pereda y Luis Gutierrez de la Torre respectivamente, en una boda conjunta en la Basílica de Begoña en Bilbao. Felipe y Águeda se hacen cargo a poco de casarse de los hoteles Don Pelayo y Favila de Covadonga y dos años después terminado aquel trabajo –que ha significado una gran experiencia desde el punto de vista económico y de conocimiento de una hostelería de alto nivel- vuelven a casa y adquieren y gestionan el otro hotel de Villarcayo en esa época, el “Hotel Castilla” en la Plaza Mayor, hasta finales de los años cuarenta. Doña Emilia seguirá al frente del que lleva su nombre y vigilará y inspirara de manera sutil la vida de toda aquella ya larga familia hasta su muerte en 1955. Pero ahora Margarita y Luis son los que llevan la gestión del primer hotel y después la continuara su hijo Luis Carlos y su mujer Mariví hasta el cierre en 1997. Todavía el nombre de “La Rubia” lucirá de la mano de estos últimos como uno de los mejores restaurantes de Guadalajara durante otro breve periódico. La hija mayor Carmen abre con su marido José María Alegre un hotel en el corazón de las Siete Calles bilbaínas, la Fonda La Estrella. Emilita, la hija pequeña de La Rubia estudia Farmacia en Valladolid y después de casarse con Cesar Portillo vivirá en Murcia. Definitivamente, a final de los años cincuenta el complejo negocio de “La Rubia” se separa en dos: el restaurante y el hotel por un lado con la marca original y los coches y los camiones seguirán un camino empresarial distinto en manos de Felipe, Victor y Roque, ampliándose su actividad con transporte de paquetería y después de distribución de Butano durante varios años más.
Casi un centenar de descendientes de Emilia La Rubia se mueven por el mundo, buena parte de ellos también por las Merindades, en algunos se reconoce a aquella niña rubia que corría por El Vivero y en todos hay un recuerdo muy vivo –porque la conocieron o por lo que oyeron contar- de aquella extraordinaria mujer de Villarcayo.